Es extraño que una película titulada Necropolis no tenga ninguna escena en un cementerio, pero así de caprichoso es el mundo del cine. La película inicia en el pasado a finales del siglo XVII en donde la bruja Eva rapta a Dawn durante su boda para darla en sacrificio a Satanás, no obstante, el esclavo Henry hace acto de presencia, mata a Eva y la envía directo al infierno. Si llegan a verla se preguntarán cómo inferí todo eso si en ningún momento lo explican, debo confesarles que hice trampa y solamente traduje lo que dice la sinopsis original.
Como les decía, de vuelta al presente y en plena ciudad de Nueva York, Eva ha retornado al mundo de los vivos y planea completar el ritual que le otorgue la vida eterna. Ya saben ustedes, lo típico en esas circunstancias, incluso necesita sacrificar a una virgen para lograr su cometido.
Mala y sexy. Una combinación letal.
Mientras busca a la virgen en cuestión, Eva se divierte en las calles de Nueva York succionando la vida de todo aquel que se cruce en su camino no sin antes controlar su mente para que cometa algún asesinato o se suicide. Sobre cada una de sus víctimas deja una sustancia pegajosa que el sacerdote atina a definir como ectoplasma; aunque lo más sorprendente de ese sacerdote no es su conocimiento de la ciencia básica sino el hecho de que siendo cristiano se la pase hablando de reencarnación y vidas pasadas. Todo con tal de dejar claro por qué él y los otros dos actores principales se llaman igual que los personajes que aparecen al comienzo de la película