La tercera reseña del mes le corresponde a una película más seria de lo que solemos comentar en este blog, pero sí se trata de una película poco conocida y en su momento maltratada por la crítica. Si el título les resulta familiar es porque es una versión para televisión del clásico homónimo de 1956 dirigido por Mervyn LeRoy.
Para quienes no conozcan la versión original, The Bad Seed gira en torno a una niña en apariencia normal y de comportamiento modélico, con buenas notas y aplicada en sus clases de piano, pero cuando en el colegio le dan a otro de sus compañeros de clases una medalla por rendimiento académico, algo dentro de ella se activa y le da rienda suelta a una maldad que la hará capaz de todo con tal de adueñarse de un premio que considera suyo. Hasta de matar.
Lo que en la mente de Rachel (Carrie Wells) se antoja como un crimen perfecto se desmorona cuando aparecen testigos que afirman que ella fue la última persona en ver con vida a Mark (Chad Allen) y su madre descubre entre sus pertenencias la medalla en cuestión junto a un dinero que la directora del colegio había insinuado que había sido robado por ella. Al ser confrontada por su mamá la imagen de niña modelo termina de derrumbarse y confiesa además que ese no fue el primer asesinato que cometió.
En medio de este particular drama familiar el argumento se apoya en la idea de que la criminalidad y la sociopatía puedan ser características heredadas y esto surge a raíz de que Christine, la progenitora, descubre que su madre biológica es una célebre asesina en serie llamada Bessie Denker. ¿Qué hacer ante un caso como este en el que sabes que tu pequeña hija es una fría asesina pero al mismo tiempo tu amor por ella hace impensable entregarla a las autoridades? Quizás la única salida sea recurrir a medidas desesperadas...