La historia comienza con lo que pareciera ser una ceremonia de algún culto en donde sacrifican a una mujer que por lo visto desobedeció las reglas de la comunidad. El sacrificio no es la tradicional ejecución con derramamiento de sangre sino que presentan a la víctima ante una celda en donde es recibida por una extraña criatura de la que solo podemos ver su sombra.
Esta secta es liderada por Lukas Armand (Robert May), un anciano en silla de ruedas que se hace pasar por director de cine y prepara audiciones para mujeres jóvenes con la idea de contratarlas para sus proyectos. La realidad en cambio es otra y lo que busca es seleccionar a aquellas que no tengan familia o que simplemente hayan huido de su hogar y por ende nadie vaya a notar su ausencia. Ausencia que se materializará una vez que sean raptadas por su hijo Jason (Mark Richardson) y su compinche Mad-Dog (David Skinner) para que sirvan de alimento al... "niño".
Casi paso por alto este pequeño detalle: las víctimas son transportadas en ataúdes.
Pero estos esbirros cometen un desliz al llevar a su guarida a dos jovencitas que conocieron en una discoteca. Lukas las recibe de todas formas como ofrenda para el niño, pero no sabe de la existencia de Joycelyn (Jacqueline Gorman), quien fue testigo del momento en que las chicas abandonaron el local con estos dos caballeros y ayudó a la policía a preparar un retrato hablado.
A pesar de la ayuda de la testigo, el detective Steve Anderson (Gene Lebrock) del departamento de policía de Hollywood no consigue avanzar mucho en la investigación. Si bien logran capturar a uno de los matones de Lukas, este se niega a colaborar con las autoridades y a la mañana siguiente aparece ahorcado en su celda.
Como salido directamente de Intrépidos punks.