La tercera reseña del mes de enero le corresponde a Hell Squad, una película de bajísimo presupuesto poco conocida que fue dirigida, escrita y producida por Kenneth Hartford, su último trabajo como director tras haber tenido poco éxito con títulos como Monstroid o The Lucifer Complex. En esta oportunidad el resultado no fue distinto y Kenneth Hartford no volvió a dirigir.
Estados Unidos ha desarrollado una poderosa bomba de neutrones que desaparece por completo a cualquier ser vivo pero deja intactas las estructuras aledañas. Unos terroristas árabes se enteran de la existencia de este nuevo instrumento de destrucción y secuestran a Jack (Glen Hartford), el hijo del embajador estadounidense en ese país para pedirle los detalles de la obtención de dicha bomba a cambio de la libertad de su hijo. En caso contrario se lo devolverán en pedacitos.
Es de esperarse que Estados Unidos no negocie con estos terroristas, mucho menos cuando lo que está en juego es algo tan potencialmente destructivo como esta bomba de neutrones, ni hablar de las consecuencias que traería para la estabilidad de la región y el resto del planeta. Por lo tanto, el embajador contacta a Jim (Walter Cox), un viejo amigo, y le plantea la situación. Jim le recuerda ciertos trabajos que realizó en el pasado y que todavía conserva algunos de sus contactos, en consecuencia, viajará inmediatamente a Estados Unidos y le promete tener elaborado un plan en los próximos días.
Sin que en ningún momento haya una explicación al respecto, el plan de Jim consiste en viajar a Las Vegas y entrar en contacto con Jan (Bainbridge Scott), una vieja amiga que ahora maneja un grupo de bailarinas. El segundo paso es someter a estas chicas a un intenso entrenamiento militar de 10 días para convertirlas en un grupo comando de élite. De forma muy conveniente para el argumento de Hell Squad, los terroristas le han dado a Mark Stewart (Jace Damon), el embajador, un plazo de 30 días para entregar todo lo relacionado con la bomba.