Once upon a time
there was a...
Disciple of Death.
La lista de reseñas del mes de abril prosigue con esta poco conocida película británica titulada Disciple of Death, dirigida, escrita y producida por Tom Parkinson; quien si bien ya había participado como productor en Crucible of Terror, debutaba ahora como director y guionista.
Disciple of Death fue además la última película en la corta filmografía de Mike Raven, seudónimo de Churton Fairman, nombre con el que aparece como guionista, y quien también es citado como productor, bajo el nombre de Charles Fairman. Mike Raven era un locutor de radio de la BBC que a comienzos de los '70 le dio por probar suerte en el mundo de las películas de terror; algunos dicen que tenía un profundo interés en las ciencias ocultas, otros que simplemente se vio impulsado por el parecido que guardaba con Christopher Lee. Cualquiera que haya sido su motivación, la aventura fue de corta duración, puesto que las duras críticas que recibió, especialmente por Disciple of Death, le hicieron desistir de realizar más incursiones en la pantalla grande.
En cuanto a la película en sí, por una vez debo coincidir con la crítica y considero que es poco lo que puede rescatarse de Disciple of Death. Apenas al empezar supe que debía prepararme para ser testigo de un cúmulo de despropósitos, puesto que la cinematografía tiene un aire a película de época de Andy Milligan. El trabajo cámara y las actuaciones son de un nivel completamente amateur, ni qué decir del argumento. En medio de tanta mediocridad el único que destaca es Mike Raven, pero ya hablaremos más adelante de su personaje cuando entremos en los detalles de la historia.
Una pareja de amantes realiza un pacto de sangre (“como lo hacen los gitanos”, en palabras de la joven) para jurarse amor eterno, sin reparar que están sentados sobre la tumba de un suicida que se halla en tierra no consagrada y sin importarles que una gota de sangre de la joven virgen caiga sobre ella. Tras ese instante la dulce doncella le dice a su amado: “Ahora soy tuya para siempre” y nosotros los espectadores oímos en respuesta un susurro de ultratumba: “No... ¡Mía!”
A partir de ahí la vida no vuelve a ser igual para la pobre Julia. La primera noche se le aparece un misterioso y paliducho extraño, pero los padres la convencen de que se trataba de una simple pesadilla. Al día siguiente se topa con él en carne y hueso y no le da mayor importancia a la visión de la noche anterior, más bien queda encantada con el porte de este caballero y empieza a perder interés en el buen granjero al que había jurado amor eterno.