Películas B

Las producciones más geniales del séptimo arte

Retrocedemos hasta los años '40 y volvemos al cine en blanco y negro para reseñar The Mad Ghoul, una película de los estudios Universal dirigida por James P. Hogan, siguiendo un guión de Brenda Weisberg y Paul Gangelin.


Como era habitual en las películas de aquellos años, el argumento va directo al grano y la historia da inicio con una clase de química en la que el Dr. Albert Morris (George Zucco) les cuenta a sus alumnos sobre un gas venenoso que empleaban los mayas, si bien ellos no lo usaban para matar sino para llevar a la víctima a un estado de muerto en vida o vivo en la muerte, como ustedes prefieran.

Hermoso mural maya.

Al finalizar la clase el Dr. Morris se queda con Ted Allison (David Bruce), uno de sus mejores alumnos, a quien le explica que ha conseguido reproducir en el laboratorio ese mismo gas de los mayas y que durante las vacaciones buscará perfeccionar su descubrimiento antes de hacerlo público, así como también desarrollar un antídoto que le permita revertir los efectos del gas y devolver al sujeto a la normalidad. La explicación tiene una razón de ser y concluye con una invitación para que Ted se convierta en su asistente, a lo que él acepta con entusiasmo.


Tras un primer día de trabajo con grandes avances, el Dr. Morris le propone celebrar esa noche en su casa, extendiéndole además la invitación a la prometida de Ted, Isabel Lewis (Evelyn Ankers), una reconocida cantante que en unos días iniciará una pequeña gira de conciertos. En un momento de la velada en que el doctor se queda a solas con Isabel, le comenta que la nota apesadumbrada, a lo que ella responde confesándole que ya no ama a Ted y que está buscando la forma de terminar la relación sin herirlo. El mezquino científico se pone de parte de Isabel y agrega que ella lo que necesita es un hombre de mundo, alguien con experiencia. Isabel no capta la indirecta pero acepta gustosamente cualquier ayuda que pueda ofrecerle el profesor Morris.

Pobre Ted, ajeno al complot que se cuece a sus espaldas.

El siniestro plan es todo lo que podríamos esperar de una película de este estilo: hacer que Ted inhale el gas para convertirlo en un ser sin voluntad a merced de las órdenes del Dr. Morris, buscando de ese modo sugestionarlo para que sea él quien decida romper el compromiso con Isabel y allanar el camino. Ya puestos en eso lo convierte además en un profanador de tumbas, puesto que uno de los ingredientes requeridos para la elaboración del antídoto es el corazón de un recién fallecido.


En la estratagema del Dr. Morris surgen dos complicaciones inesperadas. En un primer lugar, con la repentina muerte del mono que usó para los experimentos descubre que el antídoto actúa solo de forma temporal, por lo que el sujeto necesita un suministro periódico de corazones frescos para mantenerse con vida. Lo otro es que no le bastará con deshacerse de Ted para conquistar a Isabel, ya que ella se encuentra enamorada de Eric (Turhan Bey), su pianista. Aunque quién sabe, quizás Ted, el zombie profanador, pueda ayudar a solucionar ambos problemas.


Con una duración apenas superior a la hora y con interesantes actuaciones de parte de los personajes principales, todo amante del cine de terror y monstruos que Universal produjo entre las décadas de 1930 y 1950 debería tenerla en cuenta.


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